La ventaja que tienen los monovarietales ante el consumidor es su sencillez en la información y los sabores.
Sin embargo, centrarse en la producción de vinos monovarietales cuando es posible conjugar diferentes uvas no parece una estrategía adecuada para ganar competitividad en el cada vez más estandarizado mercado del vino.
En este mundo tan competitivo cada vez es más difícil hacerse un hueco en los mercados. Por eso, no es inteligente encorsetarse y ponerse limitaciones a la hora de elaborar un vino cuando podemos conjugar diferentes uvas que potencien sus caracteres individuales.
En cada zona se pueden elegir entre las variedades existentes aquellas que se combinen mejor para conseguir el resultado buscado.
Por el contrario, en los lugares donde se cultiva un único tipo de uva la búsqueda de variedades "mejorantes" para adaptar y complementar las ya existentes es constante.
Sería impensable que un enólogo que tuviese la posibilidad de iniciar una nueva plantación y bodega lo hiciera con una sola variedad.
Con ello renunciaría a una buena combinación de cepas que se adapten bien al terroir. Ahora bien, es necesario elaborar cada una por separado y obtener el punto óptimo de madurez para conseguir el vino deseado. Después vendrán los coupages y los tiempos de ensamblaje necesarios para realizar el objetivo.
El resultado será un vino complejo, armónico y sin monotonía. Por el contrario, los monovarietales son más previsibles y saturan antes. Casi todos los grandes vinos se elaboran con más de una variedad.
Su valor reside en la mezcla de vinos de distinta variedad donde se han estudiado con precisión milimétrica la proporción exacta de sus componentes para que potencien sus virtudes individuales entre sí.
Por eso, es recomendable que en los polivarietales se informe mejor al consumidor. No sólo hay que hacer referencia al nombre de las variedades y a los porcentajes, también hay que informar del por qué de esa proporción, qué aporta cada uva al conjunto, su característica fundamental (acidez, aroma, color, estructura),… y así los consumidores indecisos los preferirán. Sin lugar a dudas, los expertos ya lo hacen.
Indudablemente, la flexibilidad de las respectivas legislaciones vitivinícolas, la facilidad para adaptar la oferta de uva a la demanda del mercado, así como unas eficientes estrategias de marketing, han tenido mucho que ver en su éxito.
En estos casos particulares, los vinos monovarietales, normalmente simples en su concepción, son productos bien adaptados y fáciles de entender para aquellos mercados donde el consumidor se esté iniciando en el hábito de beber vino.
Variedades con nombres muy comerciales y conocidos, como Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah, Chardonnay o Riesling, son fácilmente diferenciables unas de otras y pueden adaptarse a diferentes gustos. Este primer argumento a favor de los vinos monovarietales, de tipo comercial, no es el único. Desde el punto de vista enológico existen otras perspectivas.
A parte de estos vinos "simples" en su concepción, existen algunas variedades de uva que por sí solas aportan un carácter diferencial, dotando al vino de una personalidad peculiar y característica. Así, dejando aparte el aspecto comercial y basándose en criterios puramente enólogicos, variedades como Verdejo, Viognier, Sauvignon blanc, Syrah , Tempranillo o Cabernet Sauvingnon pueden conseguir un equilibrio perfecto y una personalidad muy acusada, sin ayuda de otras variedades complementarias.
Indudablemente existe diferencia entre las añadas y puntualmente pueden necesitar la ayuda de otras variedades para completar la acidez, el cuerpo, el color o la falta de aromas. Por eso, a la hora de elaborar vinos monovarietales, es importante preservar la personalidad y originalidad del vino añada tras añada, si se quiere tener un carácter diferenciador de la competencia.
Esto solo puede hacerse con determinadas variedades de uva, que hayan demostrado con el equilibrio de sus vinos, una perfecta adaptación al clima, al suelo y a las prácticas culturales de una determinada zona. Este tipo de productos, quizás, esté más orientado a mercados más "maduros" y con ansias de probar cosas diferentes, donde la variedad impresa en la etiqueta junto con el precio, no sean los únicos argumentos en la compra del vino.
Al final el que manda es el consumidor y éste, harto de la estandarización que sufre el mercado del vino (en su gama premium), tratará de buscar un producto original y fácil de beber, que presente una buena relación calidad precio.
En este sentido España presenta un patrimonio vitícola importante, con una riqueza de variedades autóctonas destacable, muchas de las cuales (Albariño, Godello, Verdejo, Tempranillo, Monastrell, Pedro Ximenez, etc.) son óptimas para la elaboración de este tipo de vinos monovarietales.